martes, marzo 17

Once upon in a time

Aquella mañana, todo era animación en la casa grande, desde tempranas horas de la mañana se veían personas ir y venir con jarrones llenos de flores, cintas, manteles, alfombras.

Es que una boda no era cualquier cosa y menos tratándose del benjamín de la familia, habiendo pasado considerable tiempo desde que la casa se vistiera de gala ,excepto en Hanukka, era entendible semejante alboroto.

Las criadas subían y bajaban escaleras de prisa, los niños aprovechaban el caos para escurrirse al patio a jugar pelota poniendo en riesgo la elaborada decoración, la cocina parecía una plaza de mercado rebosando con frituras, latkes, pasteles y entremeses, llevando a la cocinera al borde de un ataque de nervios, mientras se repartía entre el horno, la estufa y el flemático ayudante; quien con su habitual parsimonia observaba imperturbable el barullo, mientras la pobre hacia malabares.

En el segundo piso, las mujeres habían desterrado a los hombres, que aliviados se refugiaron en el estudio del padre a conversar “cosas de hombres” con el rabí Solomon, este había visto nacer y morir toda una generación de Androfski, asistiéndolos en circuncisiones, mitzvah, bodas y funerales, ahora le tocaba oficiar el enlace de Andrei, quien siempre había sido su favorito por su buen humor, inteligencia y nobleza de carácter.

No tuvo una infancia fácil en una Europa donde las persecuciones eran el pan del día, destacado estudiante en la universidad de Varsovia, en una época donde los de su raza no acostumbraban frecuentarla y menos estudiar lejos de sus piadosos padres judíos, que vivían con el temor constante de que su hijo se dejara influenciar demasiado por sus compañeros “gentiles”.

Si hubiesen sabido que estos a duras penas le dirigían la palabra y lo excluían de todas las actividades sociales por su “dudoso” árbol familiar ,habrían estado más tranquilos, sin entender como en una ciudad que se llamaba a sí misma “civilizada”, tenía que quedarse en la pequeña pensión donde vivía los fines de semana porque no tenía amigos con quienes salir.

A veinte años de la horrible conflagración que envolvió a Europa en una encarnizada guerra con sus vecinos germanos, tú creerías que las cosas serían diferentes, que el hombre había aprendido la lección de la peligrosidad de la intolerancia; que en las ciudades del viejo continente, las viejas disputas raciales habían quedado atrás y que los rumores de guerra eran solo eso: rumores. Que la influencia de un solo hombre sobre otros, al punto de arrastrarlos al paroxismo mientras agitaban sus puños con rabia, era una realidad lejana.

Andrei y Rachel se habían empecinado en celebrar su enlace a pesar del lúgubre panorama, corriendo el riesgo de que su alegría se viese empañada por las noticias procedentes del vecino país.

Seguramente, en la sinagoga, una nerviosa Rachel se preguntaba qué le tomaba tanto tiempo al novio para retrasarse, mientras observaba la sonrisita de picardía que bailaba en el rostro de sus hermanas; quienes, por haber pasado por la misma situación, se sentían autorizadas para burlarse de él, la actitud de su madre tampoco ayudaba: iba de un lado a otro, se asomaba a la puerta, se arreglaba el vestido, regañaba a su padre por no pararse derecho, despotricando contra Andrei por no llegar a tiempo.

Con una mezcla de alivio y profunda satisfacción, observó a la novia mientras recorría el pasillo, anhelando el momento de llegar a su lado para decirle lo linda que se veía y pronunciar el tan anhelado sí.

Con la emoción no supo apreciar la música ni la intensidad del momento, sus ojos y su mente estaban puestos en ella, la había amado desde que tenía memoria, aguardando impaciente el día en que unirían sus destinos para siempre, no le cabía duda de que era un instante que había sido escrito en el cielo y ahora por fin estaba a punto de hacerse real.

Lentamente, sin percatarse de lo sucedido, cayó al piso, aturdido, escuchó el sonido de metralla y los gritos de sus compañeros, a lo lejos, las ordenes en el idioma extranjero, un hilillo corría por su camisa, pero no estaba seguro si era sangre o sudor;mientras caía, pensaba como hubiese sido aquel día en la casa grande, de seguro que Rachel habría llegado tarde y él la habría perdonado al ver lo bonita que estaba.

Tosió tratando de encontrar el aire que empezaba a faltarle, sintió como se le escapaba el último aliento y sonrió con tristeza: no vería el rostro amado de nuevo…

Julieta Salazar de La Torree



Mariposa Azul

Mariposa Azul

Suavemente alzó el vuelo, abandonando la pequeña margarita sobre la que se había posado momentos antes con el fin de aspirar el aroma del sol que exudaban sus pétalos al viento.
Era un aroma indefinible, como de azahares, viento y mar, no podía definirlo con exactitud, pero tenía la virtud de calmarla cuando se hallaba en un estado de ánimo que ella solía llamar “burbujeante”.
Hizo vibrar la punta de sus alas para encontrar la dirección del viento y seguir una corriente de aire, cuando estuvo segura se dejó llevar, moviendo sus alas acompasadamente, sonriendo cuando los demás miembros del clan levantaban la vista al escuchar la suave melodía que emanaba de estas.
Sus pensamientos regresaron a los días cuando era solo una oruga pequeña y malformada, y se le iba el tiempo anhelando el momento de su transformación, cuando podría finalmente levantar el vuelo y sentir en sus recién adquiridas alas la caricia del sol y de la brisa.
“Girasoles” pensó, mientras enfilaba hacia el campo de flores amarillas dejando atrás a sus hermanas.
Aspiró su aroma una y otra vez con los ojos cerrados, embriagada con el delicado perfume que desprendían las hermosas flores doradas, dejando que su imaginación se perdiera bajo el suave influjo de la esencia del resplandeciente astro.
Sentir la profusión de aromas provenientes del bosque, bañarse en el azul del cielo y tomar del dulce néctar de las rosas, llenaba de significado y le daba sentido a los oscuros días que pasó encerrada en su capullo esperando convertirse en la agraciada criatura de alas azules que era ahora.
Había sido un doloroso proceso, donde la soledad y el temor se mezclaban con el dolor físico producido por la tensión de su cuerpo a medida que se adaptaba al cambio, consolándose con el recuerdo de las hermosas criaturas aladas que danzaban sobre las flores y que pronto serían sus hermanas.
“Un día seré una de ellas” se consolaba cuando se le hacia difícil su vida de oruga, avergonzada por su fealdad ante la vista de su exuberante belleza.
Sentía una mezcla de tristeza e ilusión al contemplarlas, mientras luchaba por sobrevivir al continuo ataque de sus enemigos, el hambre insaciable y su propia lucha interior que amenazaba con destruir sus esperanzas.
Aun ahora, no se sentía segura de su propia valía, se veía a sí misma como torpe, inexperta y demasiado vivaz para su propio gusto.
Al compararse con la gracia y exquisitez de sus hermanas, se sentía como una criatura desmañada, frágil y poco agraciada.
Aunque su reflejo le dijera lo contrario, se negaba a creerle, quizás debido al hecho de haber pasado tanto tiempo siendo insignificante, gris y anónima para el resto de sus congéneres.
“ No para él” pensó admirada y llena de gratitud.
Cada vez que él le mostraba cuanto la amaba experimentaba una extraña sensación, como si no fuese ella sino una desconocida, la que por una incomprensible razón era la dueña de su afecto y su corazón.
“Realmente me ama…” se decía llena de incredulidad.
No podía evitar sentirse así al mirar de reojo su hermosura cuando volaban juntos, al ver como se daban vuelta las cabezas para observarlo, admirando la manera en que se reflejaba la luz en sus alas translucidas azul-violeta.
Perdiendo el aliento cada vez que se encontraba con sus ojos y se veía en ellos, hermosa y encantadora. Asombrada de que la distinguiera entre la perfección que la rodeaba, prefiriéndola entre sus hermanas casi tan bellas como él.
No sabía que él ya la amaba, la amaba desde sus días de oruga, vigilando sus pasos, observándola en silencio.
Había aprendido a amar su valentía y coraje, su inquebrantable determinación de someterse al proceso de cambio y de no permitirse dar la vuelta.
La había visto por vez primera mientras volaba distraído, hastiado de sus hermanos, pagados de sí mismos, orgullosos al saberse hermosos y deseados.
Entonces ocurrió: tropezó con sus ojos resueltos, llenos de esperanza y valor, sintiendo el amanecer de un nuevo día, percatándose por vez primera de los aromas y texturas del bosque que siempre había sido su hogar.
Desde ese momento, regresó para encontrarse de nuevo con esos ojos osados que no alcanzaban a distinguir los suyos, dispuesto a esperarla, antojándosele más bella que cualquiera de las perfectas formas que revoloteaban a su alrededor.
Sabedor de que la amaba y sintiéndose indigno de ella al vislumbrar la hermosa criatura alada en que se convertiría.
“un día llegará su transformación… estaremos juntos…” se consolaba mientras esperaba paciente con callada resolución, amándola de lejos, anticipando el momento con expectativa.
“¡ah…allí estas!…” había estado siguiendo su rastro por todo el bosque, adivinando que la encontraría en el campo de girasoles seguramente perdida en algún ensueño.
Se quedó contemplándola, admirando sus hermosas alas de mariposa azul sin poder creer todavía lo afortunado que era al tenerla.
Lentamente, ella abrió sus ojos al percibir su aroma y volvió a mirarlo como la primera vez, pero esta vez había algo más en sus ojos: amor.
Despacio, se unieron al clan, mientras el dorado astro terminaba su descenso tiñendo el cielo azul, acompañando con la melodía de sus alas el final del día.



Julieta Salazar de la Torre

martes, diciembre 30

LA RAZÓN DE MI EXISTIR

Me doy cuenta que estoy viva con cada hermoso amanecer

con el suspiro que de mi alma brota cuando siento al viento correr

con el olor de las flores que en mi cuarto siento al respirar

por eso canto como las aves en la infidad.

Doy gracias a mi Padre que este privilegio me dió

el de contemplar cada día como uno y otro mejor

soy feliz con mi vida así como abeja en la flor

porque El es mi esperanza, mi futuro y mi razón.

Me doy cuenta que estoy viva cuando siento su gracia en mi

cuando contemplo sus maravillas y disfruto de su creación

cuando al final de un largo y agitado día me acerco a El con la sensación

de que estará mañana a mi lado

disfrutando conmigo de un día mejor .

Geovana Martínez Sastre.

jueves, diciembre 18

El oso pasaba todo el día en el bosque y le prohibía a Masha salir de la cabaña sin él. Ella, que era muy hábil en la cocina, pasaba el día preparando el kasha, que es un plato de cereal caliente con leche, y unas deliciosas empanadas de carne llamadas pirozhki. Al principio, Masha se puso muy triste por no poder volver con sus abuelos y pasó días enteros llorando; pero, como no había nada que pudiera hacer, se resignó a vivir de esta manera.
-Si intentas huir -le decía el oso-, ¡te perseguiré hasta que te agarre y luego te comeré!
Desesperada, Masha se puso a pensar en cómo escapar. "Estoy en la mitad del bosque", se decía, "no sabría por dónde salir ni qué camino tomar, y no hay nadie a quien pueda preguntarle". Siguió reflexionando sobre esto durante varios días y varias noches, hasta que por fin se le ocurrió un plan para escapar.
Un día, cuando el oso volvía de su paseo acostumbrado por el bosque, Masha le dijo:
-Osito, por favor, déjame ir al pueblo aunque sea sólo por un día. Quiero llevarle unos regalos a mis abuelos.
-No puedo hacerlo -le contestó el oso-, te perderías en el bosque. Lo mejor será que me entregues los regalos y sea yo quien los lleve.
Masha sonrió para sus adentros, pues esto era exactamente lo que quería.
Los siete mejores cuentos RUSOS. nATALIA VORONINA. Bogotá. 2004 pg. 7
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Durante varios días, Masha se puso en la tarea de cocinar una gran cantidad de pirozhki. También hizo una enorme canasta para cargarlos hasta el pueblo. Entonces le dijo al oso:
-Voy a meter los pirozhki en esta canasta que he preparado, para que se los lleves a mis abuelos. Pero recuerda: no debes abrir la canasta en el camino, ¡y por nada del mundo saques los pirozhki! Cuando te vayas, subiré a la punta del roble y te vigilaré desde allí.
-Muy bien -respondió el oso-, Dame la canasto.
-Espera -le dijo Masha-. ¿Por qué no sales primero a ver si está lloviendo? No querría que la lluvia arruinara mis pirozhki.
Apenas hubo salido el oso, Masha se metió en la canasta y puso sobre su cabeza una bandeja repleta de maravillosos pirozhki. Al entrar, el oso vio que la canasta ya estaba lista, así que la levantó e inició su camino hacia el pueblo.
Para llegar al pueblo, el oso tenía que atravesar varios bosques de pinos y abedules, subir colinas y bajar a las llanuras. Caminó y caminó, hasta que se sintió muy cansado y buscó un lugar para reposar un poco. Vio que al borde del camino estaba el tocón de un árbol cortado y no pudo resistir la tentación de sentarse en él a descansar un momento. Entonces dijo para sí, en voz alta, casi sin darse cuenta:
-¡Me detendré en ese tocón y me comeré un pirozhok!
Entonces, desde el fondo de la canasta, Masha exclamó:
-¡Te veo, te observo!
¡No te sientes en el tocón!
¡No te comas ni medio pirozhok!
¡Llévalos ya a mis abuelos!
Los siete mejores cuentos RUSOS. NATALIA VORONINA. Bogotá. 2004 p. 9
SIGNOS DE PUNTUACIÓN Y POLIFONÍA// USO DE LAS COMILLAS

5.10. Uso de las comillas
Hay diferentes tipos de comillas: las comillas angulares, también llamadas latinas o españolas (« »), las inglesas (" ") y las simples (' ')• Por lo general, es indistinto el uso de uno u otro tipo de comi­llas dobles; pero suelen alternarse cuando hay que utilizar comillas dentro de un texto ya entrecomillado. Por ejemplo:
Al llegar el coche deportivo, Lola susurró: «Vaya "cacharro" que se
ha comprado Tomás». *
Se utilizan comillas en los casos siguientes:
5.10.1. Para reproducir citas textuales de cualquier extensión. Ejemplos:
Fue entonces cuando la novia dijo: «Sí».
Sus palabras fueron: «Por favor, el pasaporte».
Dice Miguel de Unamuno en La novela de don Sandalio: «He querido sacudirme del atractivo del Casino, pero es imposi­ble; la imagen de Don Sandalio me seguía a todas partes. Ese hombre me atrae como el que más de los árboles del bosque; es otro árbol más, un árbol humano, silencioso, vegetativo. Porque juega al ajedrez como los arboles dan hoja».
Cuando se ha de intercalar un comentario o intervención del narrador o transcriptor de la cita, no es imprescindible cerrar las comillas para volver a abrirlas después del comentario, pero pue­de hacerse. Para intercalar tales intervenciones, es preferible en­cerrarlas entre rayas. Por ejemplo:
«Los días soleados como este —comentó Silvia— me encantan».
47 En textos largos fue práctica, ahora inhabitual, colocar comillas de cierre (») al principio de cada línea para recordar que continuaba la cita. Por ejemplo: En opinión de un escritor célebre: «El hombre tiene aptitud, por su naturaleza., para «habitar en todos los países del mundo: en los arenales del desierto, en los montes más encumbrados, en los climas polares puede vivir y propagarse. No »así los animales, que, sujetos a más estrechos límites, perecen fuera de ellos o «arrastran vida penosa».
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5.10.2. En textos narrativos, a veces se utilizan las comillas para reproducir los pensamientos de los personajes, en contraste con el uso de la raya, que transcribe sus intervenciones propiamente dichas. Por ejemplo:
—Es una mujer hermosa, hermosísima; si ustedes quieren, de talen­to, digna de otro teatro, de volar más alto...; si ustedes me apuran, diré que es una mujer superior—si hay mujeres así—pero al fin es mujer, et nihilhumani...
No sabía lo que significaba ese latín, ni adonde iba a parar, ni de quién era, pero lo usaba siempre que se trataba de debilidades posibles.
Los socios rieron a carcajadas.
«¡Hasta en latín sabía maldecir el pillastre!», pensó el padre, más satisfecho cada vez de los sacrificios que le costaba aquel enemigo.
(Clarín: La Regenta, cap. IV)
5.10.3. Para indicar que una palabra o expresión es impropia, vulgar o de otra lengua, o que se utiliza irónicamente o con un sen­tido especial. Ejemplos:
Dijo, cargado de razón, que el asunto tenía algunas «prorrogativas».
En el salón han puesto una «boiserie» que les ha costado un di­neral™.
Últimamente está muy ocupado con sus «negocios».
Tomado con fines educativos de: REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Ortografía de la Lengua Española. Madrid. 1999. pg79-80-81

Polifonía y Puntuación//Uso de la Raya

Uso de la raya
La raya o guión largo (—) se puede usar aisladamente, o bien, como en el caso de otros signos de puntuación, para servir de sig­no de apertura y cierre que aisle un elemento o enunciado.
Este signo se utiliza con los fines siguientes:

5.9.2. Para señalar cada una de las intervenciones de un diálo­go sin mencionar el nombre de la persona o personaje al que corresponde. En este caso se escribe una raya delante de las pala­bras que constituyen la intervención. Por ejemplo:
—¿Qué has hecho esta tarde?
—Nada en especial. He estado viendo la televisión un rato.

5.9.3. Para introducir o encerrar los comentarios o precisio­nes del narrador a las intervenciones de los personajes. Se colo­ca una sola raya delante del comentario del narrador, sin nece­sidad de cerrarlo con otra, cuando las palabras del personaje no continúan inmediatamente después del comentario. Por ejemplo:
—Espero que todo salga bien —dijo Azucena con gesto ilusionado.
Se escriben dos rayas, una de apertura y otra de cierre, cuando las palabras del narrador interrumpen la intervención del perso­naje y esta continúa inmediatamente después. Por ejemplo:
—Lo principal es sentirse viva —añadió Pilar—. Afortunada o desafortunada, pero viva.
Tanto en un caso como en el otro, si fuese necesario poner detrás de la intervención del narrador un signo de puntuación, una coma o un punto, por ejemplo, se colocará después de sus palabras y tras la raya de cierre (si la hubiese). Por ejemplo:
—¿Deberíamos hablar con él? —preguntó Juan—. Es el único que no lo sabe.
—Sí —respondió la secretaría—, pero no podemos decirle toda la verdad
Tomado para usos de enseñanza de: Real Academia Española. Ortografía de la Lengua Española.Madrid. 1999 Artes gráficas. pg.77-78

viernes, diciembre 12

Textos escolares

YO RESPIRO
Yo respiro por mi nariz y mi boca. El aire que respiro se limpia y se calienta en mi cavidad nasal. El aire pasa por mi tráquea, sigue a través de mis bronquios y llega hasta mis pulmones. Una vez utilizado, el aire sale de mis pulmones a través de mis bronquios. Sube por mi tráquea y sale de mi cuerpo por mi boca y mi nariz.
Cuando mi pecho se hincha entra el aire nuevo en mis pulmones. Cuando mi pecho se deshincha, el aire usado sale de mis pulmones.
Debajo de mis pulmones tengo un músculo grande y muy fuerte. Se llama diafragma. Mediante el diafragma mis pulmones aspiran el aire limpio y expulsan el aire usado.
Alrededor de mis pulmones hay 24 costillas y numerosos músculos. Las costillas y los músculos protegen los pulmones y les permite moverse hacia arriba y hacia abajo; y de un lado a otro. Mis músculos y mis huesos me ayudan a respirar.
En el aire que yo respiro hay oxígeno. El oxígeno es un gas. Yo no puedo ver, oler ni tocar el oxigeno. Pero mi cuerpo necesita el oxígeno para vivir. El aire que respiro contiene dióxido de carbono. Pero mi cuerpo produce más dióxido de carbono del que necesita. Yo elimino el dióxido de carbono sobrante.

D. Respiración y gimnasia

La forma de respirar durante los ejercicios físicos condiciona sus resultados sobre el organismo y los músculos luego de la actividad. La respiración debe ser profunda, inhalando por la nariz y exhalando por la boca. Esto fortalece el tórax y aumenta el rendimiento. Hay dos formas de respirar que se consideran correctas, aunque cada especialista tiene su opinión: se puede inhalar al hacer un movimiento de fuerza y exhalar en el de resistencia, o viceversa. Por ejemplo en un ejercicio abdominal el movimiento de fuerza es cuando se eleva el torso o las piernas y, el de resistencia, cuando se vuelve al piso despacio, resistiendo la fuerza de gravedad.

B. 1 SEÑORES

Su revista me ha parecido muy buena y para la sección "con cualquier pregunta" va ésta:
¿Cuáles son las partes de una estrella, son frías o calientes?
Roberto Estrada, Bogotá
B.2
Querido Roberto:
Las estrellas son astros iguales al sol, tienen su luz propia porque están en combustión, es decir, ardientes, por ello son muy calientes, calientísimas, podríamos decir.
Sus partes son sus elementos que son innumerables. Una estrella está formada de muchísimos elementos químicos.
C, Tomen el tubo de ensayo y pongan un poco de petróleo. Lleno no, por la mitad está bien. Ahora sujétenlo con las pinzas y enciendan el mechero de Bunsen. Tengan cuidado de que el fuego no toque el vidrio. Conecten la serpentina. Bueno, ahora tenemos que esperar un rato. Mientras tanto repasemos el procedimiento desde el punto de vista teórico...

¡Upps… I did it again!

Autora: Julieta Salazar de la Torre

¡Lo había hecho de nuevo!!Un pequeño descuido y zas otra vez había vuelto a pasar! Como si no fueran suficientes las horas que se pasaba practicando y las lecciones de su papá.

-Mamá se pondrá furiosa- Pensaba mientras pedaleaba hacia cas, no es que estuviera planeando contarle, pero sabía que apenas cruzara la puerta ella lo miraría y se daría cuenta.

A veces odiaba tener una adre que sabia “leer”, claro que tenía sus ventajas, pero cuando algo como esto sucedía definitivamente no tenía nada de divertido.

Lo peor de todo no era el regaño que le esperaba, ni escuchar la vieja cantaleta de siempre, lo peor era ver la cara de susto de ella, su paranoia y la mirada de desaprobación de papá.

¡Que desastre¡ ¡Todo por un pequeño descuido! Realmente no había sido su intención dejar en evidencia a la profesora, aunque en el fondo admitía que se lo tenía merecido por la forma en que lo trataba, no estaba seguro de donde venia la antipatía que la maestra sentía hacia él, pero no le cabía duda de que era mutua.

Se la pasaba dándole la lata todo el día, Daniel, esto, Daniel aquello y eso que él no hacía nada para hacerse notar, por el contrario, trataba de pasar por debajo del radar como le enseñó su papá, pero con esta maestra no tenía caso, _ bueno por lo menos no solamente a mí me trata así- se consoló suspirando.

¡Cómo extrañaba a su profe del curso anterior! Ella si que sabía entenderlo a uno, siempre sonriendo y esforzándose por comprenderlos, no podía evitar sentir nostalgia cada vez que se topaba con ella en el pasillo y le sonreía con picardía como si fuesen viejos conocidos.

Todo había comenzado por la mañana, cuando empezó a jugar con el desayuno y su mamá el regañó por usar de esa forma sus habilidades, y para colmo su papá que casi nunca lo regañaba por esas cosas, (de hecho, a veces, cuando ella no estaba viendo hacía lo mismo y los dos competían por ver quien podía levantar las tazas más alto sin derramar el café), lo regañó y encima le dijo que esa noche practicarían con objetos más pesados, algo que Daniel detestaba porque lo dejaba todo sudado y tembloroso.

Cuando llegó al colegio, estaba irritado, de muy mal humos y distraído, una combinación peligrosa si le daba por “juguetear” un rato, cosa que se puso a hacer apenas entró la Profe Molina, para ser sincero no lo hizo porque le tuviera ojeriza sino para tratar de escapar de su cantinela que comúnmente le daba sueño no solo a él sino al resto del salón.

Al empezar el año escogió un pupitre del rincón a la distancia exacta parea evitar ser visto por los profesores y quedar demasiado cerca de los revoltosos de atrás, así pasaba desapercibido tanto de los unos como de los otros. Evitaba participar demasiado como para sr notado pero no exageraba para que no pensaran que era “raro”, solo alguien común que no se distinguía por nada en particular, uno más entre la masa de alumnos anónimos, que se caracterizaban por no ser demasiado inteligentes o demasiado lentos, ni demasiado bulliciosos ni demasiado callados, la mediada justa para evitar preguntas indiscretas o ser notado, tal y como su papá le había instruido desde que tenía memoria.

Le costó muchas lágrimas y lecciones hasta tarde de la noche para aprender la lección y quizás e ello se debió su ingreso tardío a la escuela, pero al final la aprendió tan bien que sus compañeros apenas recordaban su nombre y nunca se enteraron de lo inteligente, dotado y vivaz que era el chico pelinegro que se sentaba delante de García, la chica pecosa que no hablaba con nadie.

Aprovechando la ventajosa posición e su escritorio, se puso a jugar con un hoja de papel arrugada que estaba debajo de un pupitre, la levantó unos centímetros simulando que el viento la movía, pero le pareció ridículo dado que esa noche iba a “practicar con objetos más pesados”, luego buscó más papeles u otra cosa que supusiera un mayor desafío y encontró justo lo que buscaba debajo del asiento del compañero de adelante: una botella llena de agua.

Suavemente, sin hacer el menor ruido, como si de un bebe se tratara la movió con suma delicadeza y la hizo rodar sobre el piso, la volvió a parar, la acostó, la hizo rodar y luego la volvió a parar, repitiendo el ciclo varias veces hasta que sintió que un hilo de sudor le corría por la sien, pero era demasiado divertido para parar y volvió a comenzar el juego, sin darse cuenta de que la profe Molina había dejado de hablar y miraba enojada su cara de bobalicón sin percatarse de lo que pasaba debajo del pupitre de Jiménez.

-¡DANIEL!- asustado levantó la mirada de la botella pero no alcanzó a frenar la fuerza que había estado usando, entonces ocurrió el desastre! Para no tumbar a la Profesora tuvo que desviar la mirada y ante el horror de esta y la risa de todo el salón la falda se le alzó como si una ráfaga de viento la hubiese levantado dejando al descubierto unas horribles enaguas y dos piernas flacuchas enfundadas en unas medias de un color espantoso.

Horrorizado contemplo a la maestra y bajó la cabeza apenado, a pesar de la forma como lo trataba no se merecía ser avergonzada de esa manera, sabia que sus papás nunca aprobarían algo como eso, especialmente su papá que le había machucado una y otra vez que debía usar sus habilidades con responsabilidad y nunca para dañar a otros.

-¡Los dones que hemos recibido no son para beneficio personal o para alardear!- son para ayudar a otros y para hacer el bien- le repetía vez tras vez.

Así, que ahora estaba en camino a casa seguro de que le esperaba un buen castigo y con la conciencia ardiéndole por lo que había hecho, aunque no lo hizo con intención sabia que no habría pasado si hubiese controlado su temperamento. Además existía el riesgo de que alguien hubiese notado algo poniendo en riesgo a Daniel y a sus padres.

Dio un suspiro largo cuando entró a la cuadra donde vivía, dispuesto a aguantar lo que su mamá tuviera para decirle y a esperar el regaño de la noche cuando llegara papá.

Mejor voy donde él y le explico como pasó todo, es mejor que esperar todo el día, pensó. Al fin y al cabo mi papá también ha tenido sus deslices y puede entenderme mejor que mamá.

Decidido paso de largo y saludó a su mamá mientras pedaleaba, ella lo “leyó” y se despidió con la mano. Preocupada cerró la ventana de la cocina y se dispuso a pintar, así disiparía los nervios. ¡El castigo que le esperaba a Daniel, como mínimo su papá le pondría a practicar todas las noches!

Capítulo XV

Texto tomado de Cien años de soledad , de Gabriel García Marquéz

El nuevo Aureliano había cumplido un año cuando la tensión pública estalló sin ningún anuncio. José Arcadio Segundo y otros dirigentes sindicales que habían permanecido hasta entonces en la clandestinidad, aparecieron intempestivamente un fin de semana y promovieron manifestaciones en los pueblos de la zona bananera.

La policía se conformó con vigilar el orden. Pero en la noche del lunes los dirigentes fueron sacados de sus casas y mandados, con grillos de cinco kilos en los pies, a la cárcel de la capital provincial. Entre ellos se llevaron a José Arcadio Segundo y a Lorenzo Gavilán, un coronel de la revolución mexicana, exiliado en Macondo, que decía haber sido testigo del heroísmo de su compadre Artemio Cruz. Sin embargo, antes de tres meses estaban en libertad, porque el gobierno y la compañía bananera no pudieron ponerse de acuerdo sobre quién debía alimentarlos en la cárcel.

La inconformidad de los trabajadores se fundaba esta vez en la insalubridad de las viviendas, el engaño de los servicios médicos y la iniquidad de las condiciones de trabajo. Afirmaban, además, que no se les pagaba con dinero efectivo, sino con vales que sólo servían para comprar jamón de Virginia en los comisariatos de la compañía. José Arcadio Segundo fue encarcelado porque reveló que el sistema de los vales era un recurso de la compañía para financiar sus barcos fruteros, que de no haber sido por la mercancía de los comisariatos hubieran tenido que regresar vacíos desde Nueva Orleáns hasta los puertos de embarque del banano.

Los otros cargos eran del dominio público. Los médicos de la compañía no examinaban a los enfermos, sino que los hacían pararse en fila india frente a los dispensarios, y una enfermera les ponía en la lengua una píldora del color del piedralipe, así tuvieran paludismo, blenorragia o estreñimiento.

Era una terapéutica tan generalizada, que los niños se ponían en la fila varias veces, y en vez de tragarse las píldoras se las llevaban a sus casas para señalar con ellas lo números cantados en el juego de lotería. Los obreros de la compañía estaban hacinados en tambos miserables.

Los ingenieros, en vez de construir letrinas, llevaban a los campamentos, por Navidad, un excusado portátil para cada cincuenta personas, y hacían demostraciones públicas de cómo utilizarlos para que duraran más. Los decrépitos abogados vestidos de negro que en otro tiempo asediaron al coronel Aureliano Buendía, y que entonces eran apoderados de la compañía bananera, desvirtuaban estos cargos con arbitrios que parecían cosa de magia. Cuando los trabajadores redactaron un pliego de peticiones unánime, pasó mucho tiempo sin que pudieran notificar oficialmente a la compañía bananera.

Tan pronto como conoció el acuerdo, el señor Brown enganchó en el tren su suntuoso vagón de vidrio, y desapareció de Macondo junto con los representantes más conocidos de su empresa. Sin embargo, varios obreros encontraron a uno de ellos el sábado siguiente en un burdel, y le hicieron firmar una copia del pliego de peticiones cuando estaba desnudo con la mujer que se prestó para llevarlo a la trampa. Los luctuosos abogados demostraron en el juzgado que aquel hombre no tenía nada que ver con la compañía, y para que nadie pusiera en duda sus argumentos lo hicieron encarcelar por usurpador.

Más tarde, el señor Brown fue sorprendido viajando de incógnito en un vagón de tercera clase, y le hicieron firmar otra copia del pliego de peticiones. Al día siguiente compareció ante los jueces con el pelo pintado de negro y hablando un castellano sin tropiezos.

Los abogados demostraron que no era el señor Jack Brown, superintendente de la compañía bananera y nacido en Prattville, Alabama, sino un inofensivo vendedor de plantas medicinales, nacido en Macondo y allí mismo bautizado con el nombre de Dagoberto Fonseca.

Poco después, frente a una nueva tentativa de los trabajadores, los abogados exhibieron en lugares públicos el certificado de defunción del señor Brown, autenticado por cónsules y cancilleres, y en el cual se daba fe de que el pasado nueve de junio había sido atropellado en Chicago por un carro de bomberos.

Cansados de aquel delirio hermenéutico, los trabajadores repudiaron a las autoridades de Macondo y subieron con sus quejas a los tribunales supremos. Fue allí donde los ilusionistas del derecho demostraron que las reclamaciones carecían de toda validez, simplemente porque la compañía bananera no tenía, ni había tenido nunca ni tendría jamás trabajadores a su servicio, sino que los reclutaba ocasionalmente y con carácter temporal. De modo que se desbarató la patraña del jamón de Virginia, las píldoras milagrosas y los excusados pascuales, y se estableció por fallo de tribunal y se proclamó en bandos solemnes la inexistencia de los trabajadores.

La huelga grande estalló. Los cultivos se quedaron a medias, la fruta se pasó en las cepas y los trenes de ciento veinte vagones se pararon en los ramales. Los obreros ociosos desbordaron los pueblos.

La calle de los Turcos reverberó en un sábado de muchos días, y en el salón de billares del Hotel de Jacob hubo que establecer turnos de veinticuatro horas. Allí estaba José Arcadio Segundo, el día en que se anuncié que el ejército había sido encargado de restablecer el orden público. Aunque no era hombre de presagios, la noticia fue para él como un anuncio de la muerte, que había esperado desde la mañana distante en que el coronel Gerineldo Márquez le permitió ver un fusilamiento.

Sin embargo, el mal augurio no alteró su solemnidad. Hizo la jugada que tenía prevista y no erró la carambola. Poco después, las descargas de redoblante, los ladridos del clarín, los gritos y el tropel de la gente, le indicaron que no sólo la partida de billar sino la callada y solitaria partida que jugaba consigo mismo desde la madrugada de la ejecución, habían por fin terminado.

Entonces se asomó a la calle, y los vio. Eran tres regimientos cuya marcha pautada por tambor de galeotes hacia trepidar la tierra. Su resuello de dragón multicéfalo impregnó de un vapor pestilente la claridad del mediodía.

Eran pequeños, macizos, brutos. Sudaban con sudor de caballo, y tenían un olor de carnaza macerada por el sol, y la impavidez taciturna e impenetrable de los hombres del páramo. Aunque tardaron más de una hora en pasar, hubiera podido pensarse que eran unas pocas escuadras girando en redondo, porque todos eran idénticos, hijos de la misma madre, y todos soportaban con igual estolidez el peso de los morrales y las cantimploras, y la vergüenza de los fusiles con las bayonetas caladas, y el incordio
de la obediencia ciega y el sentido del honor. Ursula los oyó pasar desde su lecho de tinieblas y levantó la mano con los dedos en cruz. Santa Sofía de la Piedad existió por un instante, inclinada sobre el mantel bordado que acababa de planchar, y pensó en su hijo, José Arcadio Segundo, que vio pasar sin inmutarse los últimos soldados por la puerta del Hotel de Jacob.


La ley marcial facultaba al ejército para asumir funciones de árbitro de la controversia, pero no se hizo ninguna tentativa de conciliación. Tan pronto como se exhibieron en Macondo, los soldados pusieron a un lado los fusiles, cortaron y embarcaron el banano y movilizaron los trenes. Los trabajadores, que hasta entonces se habían conformado con esperar, se echaron al monte sin más armas que sus machetes de labor, y empezaron a sabotear el sabotaje.

Incendiaron fincas y comisariatos, destruyeron los rieles para impedir el tránsito de los trenes que empezaban a abrirse paso con fuego de ametralladoras, y cortaron los alambres del telégrafo y el teléfono. Las acequias se tiñeron de sangre. El señor Brown, que estaba vivo en el gallinero electrificado, fue sacado de Macondo con su familia y las de otros compatriotas suyos, y conducidos a territorio seguro bajo la protección del ejército. La situación amenazaba con evolucionar hacia una guerra civil desigual y sangrienta, cuando las autoridades hicieron un llamado a los trabajadores para que se concentraran en Macondo. El llamado anunciaba que el Jefe Civil y Militar de la provincia llegaría el viernes siguiente, dispuesto a interceder en el conflicto.

José Arcadio Segundo estaba entre la muchedumbre que se concentró en la estación desde la mañana del viernes. Había participado en una reunión de los dirigentes sindicales y había sido comisionado junto con el coronel Gavilán para confundirse con la multitud y orientarla según las circunstancias. No se sentía bien, y amasaba una pasta salitrosa en el paladar, desde que advirtió que el ejército había emplazado nidos de ametralladoras alrededor de la plazoleta, y que la ciudad alambrada de la compañía bananera estaba protegida con piezas de artillería. Hacia las doce, esperando un tren que no llegaba, más de tres mil personas, entre trabajadores, mujeres y niños, habían desbordado el espacio descubierto frente a la estación y se apretujaban en las calles adyacentes que el ejército cerró con filas de ametralladoras.

Aquello parecía entonces, más que una recepción, una feria jubilosa. Habían trasladado los puestos de fritangas y las tiendas de bebidas de la calle de los Turcos, y la gente soportaba con muy buen ánimo el fastidio de la espera y el sol abrasante. Un poco antes de las tres corrió el rumor de que el tren oficial no llegaría hasta el día siguiente. La muchedumbre cansada exhaló un suspiro de desaliento. Un teniente del ejército se subió entonces en el techo de la estación, donde había cuatro nidos de ametralladoras enfiladas hacia la multitud, y se dio un toque de silencio. Al lado de José Arcadio Segundo estaba una mujer descalza, muy gorda, con dos niños de unos cuatro y siete años.

Cargó al menor, y le pidió a José Arcadio Segundo, sin conocerlo, que levantara al otro para que oyera mejor lo que iban a decir. José Arcadio Segundo se acaballó al niño en la nuca. Muchos años después, ese niño había de seguir contando, sin que nadie se lo creyera, que había visto al teniente leyendo con una bocina de gramófono el Decreto Número 4 del Jefe Civil y Militar de la provincia. Estaba firmado por el general Carlos Cortés Vargas, y por su secretario, el mayor Enrique García Isaza, y en tres artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultaba al ejército para matarlos a bala.

Leído el decreto, en medio de una ensordecedora rechifla de protesta, un capitán sustituyó al teniente en el techo de la estación, y con la bocina de gramófono hizo señas de que quería hablar. La muchedumbre volvió a guardar silencio.

-Señoras y señores -dijo el capitán con una voz baja, lenta, un poco cansada-, tienen cinco minutos para retirarse.

La rechifla y los gritos redoblados ahogaron el toque de clarín que anuncié el principio del plazo. Nadie se movió.

-Han pasado cinco minutos -dijo el capitán en el mismo tono-. Un minuto más y se hará fuego.

José Arcadio Segundo, sudando hielo, se bajó al niño de los hombros y se lo entregó a la mujer. «Estos cabrones son capaces de disparar», murmuró ella. José Arcadio Segundo no tuvo tiempo de hablar, porque al instante reconoció la voz ronca del coronel Gavilán haciéndoles eco con un grito a las palabras de la mujer.

Embriagado por la tensión, por la maravillosa profundidad del silencio y, además, convencido de que nada haría mover a aquella muchedumbre pasmada por la fascinación de la muerte, José Arcadio Segundo se empinó por encima de las cabezas que tenía enfrente, y por primera vez en su vida levantó la voz.

-¡Cabrones! -gritó-. Les regalamos el minuto que falta.

Al final de su grito ocurrió algo que no le produjo espanto, sino una especie de alucinación. El capitán dio la orden de fuego y catorce nidos de ametralladoras le respondieron en el acto. Pero todo parecía una farsa. Era como si las ametralladoras hubieran estado cargadas con engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su anhelante tableteo, y se veían sus escupitajos incandescentes, pero no se percibía la más leve reacción, ni una voz, ni siquiera un suspiro, entre la muchedumbre compacta que parecía petrificada por una invulnerabilidad instantánea.

De pronto, a un lado de la estación, un grito de muerte desgarró el encantamiento: «Aaaay, mi madre.» Una fuerza sísmica, un aliento volcánico, un rugido de cataclismo, estallaron en el centro de la muchedumbre con una descomunal potencia expansiva. José Arcadio Segundo apenas tuvo tiempo de levantar al niño, mientras la madre con el otro era absorbida por la muchedumbre centrifugada por el pánico.

Muchos años después, el niño había de contar todavía, a pesar de que los vecinos seguían creyéndolo un viejo chiflado, que José Arcadio Segundo lo levantó por encima de su cabeza, y se dejó arrastrar, casi en el aire, como flotando en el terror de la muchedumbre, hacia una calle adyacente. La posición privilegiada del niño le permitió ver que en ese momento la masa desbocada empezaba a llegar a la esquina y la fila de ametralladoras abrió fuego. Varias voces gritaron al mismo tiempo:

-¡Tírense al suelo! ¡Tírense al suelo!

Ya los de las primeras líneas lo habían hecho, barridos por las ráfagas de metralla. Los sobrevivientes, en vez de tirarse al suelo, trataron de volver a la plazoleta, y el pánico dio en-tonces un coletazo de dragón, y los mandó en una oleada compacta contra la otra oleada compacta que se movía en sentido contrario, despedida por el otro coletazo de dragón de la calle opuesta, donde también las ametralladoras disparaban sin tregua.

Estaban acorralados, girando en un torbellino gigantesco que poco a poco se reducía a su epicentro porque sus bordes iban siendo sistemáticamente recortados en redondo, como pelando una cebolla, por las tijeras insaciables y metódicas de la metralla.

El niño vio una mujer arrodillada, con los brazos en cruz, en un espacio limpio, misteriosamente vedado a la estampida. Allí lo puso José Arcadio Segundo, en el instante de derrumbarse con la cara bañada en sangre, antes de que el tropel colosal arrasara con el espacio vacío, con la mujer arrodillada, con la luz del alto cielo de sequía, y con el puto mundo donde Úrsula Iguarán había vendido tantos animalitos de caramelo.

Cuando José Arcadio Segundo desperté estaba boca arriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos. Sintió un sueño insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodé del lado que menos le dolía, y sólo entonces descubrió que estaba acostado sobre los muertos. No había un espacio libre en el vagón, salvo el corredor central. Debían de haber pasado varias horas después de la masacre, porque los cadáveres tenían la misma temperatura del yeso en otoño, y su misma consistencia de espuma petrificada, y quienes los habían puesto en el vagón tuvieron tiempo de arrumos en el orden y el sentido en que se transportaban los racimos de banano.

Tratando de fugarse de la pesadilla, José Arcadio Segundo se arrastró de un vagón a otro, en la dirección en que avanzaba el tren, y en los relámpagos que estallaban por entre los listones de madera al pasar por los pueblos dormidos veía los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el banano de rechazo. Solamente reconoció a una mujer que vendía refrescos en la plaza y al coronel Gavilán, que todavía llevaba enrollado en la mano el cinturón con la hebilla de plata moreliana con que trató de abrirse camino a través del pánico.

Cuando llegó al primer vagón dio un salto en la oscuridad, y se quedó tendido en la zanja hasta que el tren acabó de pasar. Era el más largo que había visto nunca, con casi doscientos vagones de carga, y una locomotora en cada extremo y una tercera en el centro. No llevaba ninguna luz, ni siquiera las rojas y verdes lámparas de posición, y se deslizaba a una velocidad nocturna y sigilosa. Encima de los vagones se veían los bultos oscuros de los soldados con las ametralladoras emplazadas.

Después de medianoche se precipité un aguacero torrencial. José Arcadio Segundo ignoraba dónde había saltado, pero sabía que caminando en sentido contrario al del tren llegaría a Ma-condo. Al cabo de más de tres horas de marcha, empapado hasta los huesos, con un dolor de cabeza terrible, divisé las primeras casas a la luz del amanecer. Atraído por el olor del café, entró en una cocina donde una mujer con un niño en brazos estaba inclinada sobre el fogón.

-Buenos -dijo exhausto-. Soy José Arcadio Segundo Buendía.

Pronunció el nombre completo, letra por letra, para convencerse de que estaba vivo. Hizo bien, porque la mujer había pensado que era una aparición al ver en la puerta la figura escuálida, sombría, con la cabeza y la ropa sucias de sangre, y tocada por la solemnidad de la muerte. Lo conocía.

Llevó una manta para que se arropara mientras se secaba la ropa en el fogón, le calenté agua para que se lavara la herida, que era sólo un desgarramiento de la piel, y le dio un pañal limpio para que se vendara la cabeza. Luego le sirvió un pocillo de café, sin azúcar, como le habían dicho que lo tomaban los Buendía, y abrió la ropa cerca del fuego.



José Arcadio Segundo no habló mientras no terminó de tomar el café.

-Debían ser como tres mil -murmuré.

-¿Qué?

-Los muertos -aclaró él-. Debían ser todos los que estaban en la estación.

La mujer lo midió con una mirada de lástima. «Aquí no ha habido muertos -dijo-. Desde los tiempos de tu tío, el coronel, no ha pasado nada en Macondo.» En tres cocinas donde se detuvo José Arcadio Segundo antes de llegar a la casa le dijeron lo mismo: «No hubo muertos.» Pasó por la plazoleta de la estación, y vio las mesas de fritangas amontonadas una encima de otra, y tampoco allí encontró rastro alguno de la masacre. Las calles estaban desiertas bajo la lluvia tenaz y las casas cerradas, sin vestigios de vida interior.

La única noticia humana era el primer toque para misa. Llamó en la puerta de la casa del coronel Gavilán. Una mujer encinta, a quien había visto muchas veces, le cerró la puerta en la cara. «Se fue -dijo asustada-. Volvió a su tierra.» La entrada principal del gallinero alambrado estaba custodiada, como siempre, por dos policías locales que parecían de piedra bajo la lluvia, con impermeables y cascos de hule. En su callecita marginal, los negros antillanos cantaban a coro los salmos del sábado.

José Arcadio Segundo saltó la cerca del patio y entró en la casa por la cocina. Santa Sofía de la Piedad apenas levantó la voz. «Que no te vea Fernanda -dijo-. Hace un rato se estaba levantando.» Como si cumpliera un pacto implícito, llevó al hijo al cuarto de las bacinillas, le arregló el desvencijado catre de Melquíades, y a las dos de la tarde, mientras Fernanda hacía la siesta, le pasó por la ventana un plato de comida.

Aureliano Segundo había dormido en casa porque allí lo sorprendió la lluvia, y a las tres de la tarde todavía seguía esperando que escampara. Informado en secreto por Santa Sofía de la Piedad, a esa hora visitó a su hermano en el cuarto de Melquíades. Tampoco él creyó la versión de la masacre ni la pesadilla del tren cargado de muertos que viajaba hacia el mar.

La noche anterior habían leído un bando nacional extraordinario, para informar que los obreros habían obedecido la orden de evacuar la estación, y se dirigían a sus casas en caravanas pacíficas. El bando informaba también que los dirigentes sindicales, con un elevado espíritu patriótico, habían reducido sus peticiones a dos puntos: reforma de los servicios médicos y construcción de letrinas en las viviendas.

Se informé más tarde que cuando las autoridades militares obtuvieron el acuerdo de los trabajadores, se apresuraron a comunicárselo al señor Brown, y que éste no sólo había aceptado las nuevas condiciones, sino que ofreció pagar tres días de jolgorios públicos para celebrar el término del conflicto. Sólo que cuando los militares le preguntaron para qué fecha podía anunciarse la firma del acuerdo, él miró a través de la ventana del cielo rayado de relámpagos, e hizo un profundo gesto de incertidumbre.

-Será cuando escampe -dijo-. Mientras dure la lluvia, suspendemos toda clase de actividades.


No llovía desde hacia tres meses y era tiempo de sequía. Pero cuando el señor Brown anuncié su decisión se precipité en toda la zona bananera el aguacero torrencial que sorprendió a José Arcadio Segundo en el camino de Macondo. Una semana después seguía lloviendo.

La versión oficial, mil veces repetida y machacada en todo el país por cuanto medio de divulgación encontró el gobierno a su alcance, terminó por imponerse: no hubo muertos, los trabajadores satisfechos habían vuelto con sus familias, y la compañía bananera suspendía actividades mientras pasaba la lluvia. La ley marcial continuaba, en previsión de que fuera necesario aplicar medidas de emergencia para la calamidad pública del aguacero interminable, pero la tropa estaba acuartelada.

Durante el día los militares andaban por los torrentes de las calles, con los pantalones enrollados a media pierna, jugando a los naufragios con los niños. En la noche, después del toque de queda, derribaban puertas a culatazos, sacaban a los sospechosos de sus camas y se los llevaban a un viaje sin regreso. Era todavía la búsqueda y el exterminio de los malhechores, asesinos, incendiarios y revoltosos del Decreto Número Cuatro, pero los militares lo negaban a los propios parientes de sus víctimas, que desbordaban la oficina de los comandantes en busca de noticias.

«Seguro que fue un sueño -insistían los oficiales-.

En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz.» Así consumaron el exterminio de los jefes sindicales.

miércoles, diciembre 10

discursos de: Martin Luther King; y Churchill

Tengo un sueño
Por Martin Luther King, Jr.

Discurso leído en las gradas del Lincoln Memorial durante la histórica Marcha sobre Washington

Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy, en la que será ante la historia la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país.

Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.

Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia.

También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad.

Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión de los negros. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad.
1963 no es un fin, sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirá contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia.

Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás.



Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, "¿Cuándo quedarán satisfechos?"

Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que "la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente".

Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento que no es merecido, es emancipador.

Regresen a Misisipí, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperanza.

Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño "americano".

Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales".

Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.

Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.

Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.

Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres.

Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, "Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a tí te canto. Tierra de libertad donde mis antesecores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad". Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad.

Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso: ! ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Misisipí! "De cada costado de la montaña, que repique la libertad".

Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!"

Washington, DC
28 de agosto de 1963



Churchill: el discurso de «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor»

Debemos recordar que estamos en las fases preliminares de una de las grandes batallas de la historia, que nosotros estamos actuando en muchos puntos de Noruega y Holanda, que estamos preparados en el Mediterráneo, que la batalla aérea es continua y que muchos preparativos tienen que hacerse aquí y en el exterior. En esta crisis, espero que pueda perdonárseme si no me extiendo mucho al dirigirme a la Cámara hoy. Espero que cualquiera de mis amigos y colegas, o antiguos colegas, que están preocupados por la reconstrucción política, se harán cargo, y plenamente, de la falta total de ceremonial con la que ha sido necesario actuar. Yo diría a la Cámara, como dije a todos los que se han incorporado a este Gobierno: «No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor».

Tenemos ante nosotros una prueba de la más penosa naturaleza. Tenemos ante nosotros muchos, muchos, largos meses de combate y sufrimiento. Me preguntáis:
¿Cuál es nuestra política?. Os lo diré: Hacer la guerra por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra potencia y con toda la fuerza que Dios nos pueda dar; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el oscuro y lamentable catálogo de crímenes humanos. Esta es nuestra política.

Me preguntáis; ¿Cuál es nuestra aspiración?. Puedo responder con una palabra:
Victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar de todo el terror; victoria por largo y duro que pueda ser su camino; porque, sin victoria, no hay supervivencia. Tened esto por cierto; no habrá supervivencia para todo aquello que el Imperio Británico ha defendido, no habrá supervivencia para el estímulo y el impulso de todas las generaciones, para que la humanidad avance hacia su objetivo. Pero yo asumo mi tarea con ánimo y esperanza.

Estoy seguro de que no se tolerará que nuestra causa se malogre en medio de los hombres. En este tiempo me siento autorizado para reclamar la ayuda de todas las personas y decir: «Venid, pues, y vayamos juntos adelante con nuestras fuerzas unidas.

Discurso de Churchill a la Cámara de los Comunes
13 de mayo de 1940

jueves, noviembre 13

¡Bienvenidos!

Me es muy grato saber que cada vez que usted haga uso de los recursos y actividades que aquí le propongo logré sus metas de mejoramiento en los procesos de lectura y escritura de textos académicos y profesionales: ¡Bienvenido a esta empresa conjunta!

Es conveniente que se forme una idea del programa del curso y lo relacione con sus metas, es más, aquel se reformulará de acuerdo a sus necesidades y a las, del grupo.

Considero que el logro más importante de alcanzar en este curso es que cada uno escriba sobre un tema que ha deseado y necesitado escribir y que de pronto lo tenga aplazado; sus interlocutores inmediatos serán los colegas del grupo.

¡Con la sinergia de nuestros esfuerzos individuales y de grupo haremos un trabajo amable y fructífero!.

PROGRAMA RESUMIDO:


En esencia, el Diplomado se propone que el estudiante pueda leer y escribir desde una perspectiva discursiva, dialógica, polifónica, con reconocimiento de los contextos de comprensión y producción social discursiva.


Los temas que abordarán son:

1.- Estrategias de lectura y escritura

2.- Situación de enunciación y dinámica enunciativa

3.- Organización superestructural:
a.- La superestructura general
b.- Los esquemas de organización textual y sus secuencias
c.- Los esquemas de organización de los textos académicos

4.- La organización macroestructural de texto

5.- La organización microestructural del texto (incidencia en la coherencia y cohesión textual)

6.- La puntuación.

GUÍA DE TRABAJO PARA EL PROFESOR Y EL ESTUDIANTE:

Sesión: 15 de noviembre de 2008

1.- Concretar intereses y disciplinas con respecto a qué tipos de textos prefieren abordar en el estudio de la comprensión y producción: charlar y diligenciar formulario.

2.- Programa del Diplomado.

3.- Contrato de aprendizaje y materiales: fotocopias, textos de muestra para el análisis en las sesiones presenciales.

4.- Exposición sobre el lenguaje como práctica social, como diálogo, polifonía, relaciones de fuerza, con propósitos, intenciones.

a.- Análisis de textos cortos por el profesor.
b.- Análisis de textos:
1.- Autor:
2.- Locutor:
3.- Interlocutor(es):
4.- La actividad social en que se produce, género
4.- Medio de difusión:
A.- Relaciones entre el Yo, tú, ello (él):
B.- Relaciones entre emotividad, valores, referido (ello)
C.- Imagen de enunciador:
D.- Imagen de enunciatario:
E.- Relaciones de fuerza entre el enunciador y enunciatario: Tonalidades: predictiva (autoridad, de solidaridad, pedagogo, científico,…) , (aliado, testigo, intruso, oponente,), apreciativa(ironía, crítica, respeto, sumisión, odio, burla, apropiación,..), Intencional(convencer, informar, persuadir, seducir, instruir, proponer..)
F.- Reconocer voces que se enuncian:
G.- Punto de vista, posiciones:
H.- Intención: instruir, aconsejar, ordenar, prohibir, legislar, informar, denunciar, compeler, exigir, conmover, defender,
I.- Léxico y forma de organizar el texto.

5.- Reformulación escrita de los textos leídos: cada grupo escribe un tipo de texto: periodístico (comunicado de prensa del gobierno, otro de oposición, “objetivo”); o un boletín sindical; o otros van a escribir para un texto escolar de secundaria.
El trabajo se realiza de forma individual y luego por grupos. Cuando se trabaja en forma individual se determina con un mapa mental ideas espontáneas y luego escriben cuáles podrían son las ideas básicas, escriben el texto, y, finalmente, en grupo se comparten y mejoran los escritos individuales.

6.- Recapitulación

7.- Recordar aspectos para tener en cuenta en la sesión siguiente: toma de notas, de carácter rotativo; documentos que deben traer: textos escolares, y carpeta.

Luis Francisco Lenis Home
lenhofra@gmail.com
http://leercomfenalco.blogspot.com/

enunciación2


Tomado con fines educativos de:MARTÍNEZ S., María Cristina Estrategias de lectura y escritura de Textos : perspectivas teóricas y talleres. Cali : Universidad del Valle, 2002. 256 P

masacre de las bananeras: Jorge Eliécer Gaitán(Apartes)




1.- El 6 de diciembre de 1928 el gobierno de Abadía Méndez asesinó a cientos de trabajadores colombianos reunidos en la plaza de Ciénaga, para defender los intereses de la United Fruit Company. Gaitán, en las sesiones del 3 al 6 de septiembre del año siguiente en la Cámara de Representantes, denunció las atrocidades cometidas por el ejército y el régimen puestos al servicio del monopolio extranjero, y el gran dominio económico que este último ejercía sobre la zona bananera. Este debate cumplió importantísimo papel en la caída del conservatismo en 1930.

Pensad en que aquel pueblo había sido horriblemente segado por las ametralladoras; que mil hogares se hallaban enlutados, que todo era dolor, que todo era sangre. Pensad que aquel pueblo se debatía inútilmente en los rigores del hambre, ya que no podía trabajar. Pensad que las esposas tenían que atender al sustento de sus pequeños hijos, porque los padres huían en la montaña atemorizados por el plomo cobarde y homicida: pensad que todo era desolación, todo era luto, todo era sombra, todo era un río de sangre, revuelto con un río de lágrimas sobre el cual navegaba, deshecha y perdida la quilla del dolor humano. Pues bien, señores: ante tal tragedia, los militares indignos del nombre, indignos de las armas de la República, se entregaban a la orgía de proporciones caligulescas. En las casas de la United Fruit —siempre la United Fruit— desarrollaban orgías de oprobio y de vergüenza. Las mujeres respetabilísimas y nobles de aquellos pueblos vapulados, eran obligadas por la fuerza a asistir a las bacanales de los militares; y ellos indolentes, ellos despiadados, ellos tipos de la fiera humana, que los criminalistas solemos denominar con el nombre de delincuentes natos, porque carecen de la sensibilidad moral, desnudos los cuerpos, confundidos con las meretrices, exultantes de alcohol, atravesaban así, impúdicamente las vías públicas, así desnudos, sin respeto ninguno por la moral humana.

Y ver señores que muchos de los presos, como ya tendremos ocasión de demostrarlo más hondamente, eran llevados a la cárcel porque se habían negado a vender sus pequeñas propiedades a los mercenarios de la United Fruit Company. Y ver señores, en esa carta, que ya después será largamente confirmada, cómo los hombres eran sacados de sus viviendas y cogidos a palo, robados y esquilmados. Ya llegará el momento de demostrar aquí la criminal complicidad entre la United Fruit y los militares que allí actuaron.
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2.- Ya habéis oído leer la alocución del señor presidente de la República. Habéis oído cómo allí se dice hablando de los obreros, que ellos perpetraron "verdaderos delitos de traición y felonía, porque a trueque de herir al adversario político, no vacilan en atravesar con su puñal envenenado el corazón amante de la patria". Decidle, señores, al taciturno presidente de la República que aplique estas palabras no a los obreros, que fueron las víctimas, sino que las aplique a los militares, a los cuales él les ha hecho el más inconcebible elogio. Que el señor presidente de la República se levante sobre la tumba de los sacrificados para escupir su hiel y su veneno, cuando por simples sentimientos de humanidad tales vocablos le estaban vedados ante la majestad de la muerte y de dolor, es cosa que causa ironía y que muestra las lacras de la mentida justicia humana. Y que no hable el presidente de la República de hechos políticos, aquí donde sólo hubo por parte de los militares pecados contra los artículos del código penal. Y en esa alocución misma habéis leído el elogio férvido, el elogio ilimitado que el señor presidente hace a quienes solo merecen el dicterio de los hombres que tienen en estima los sentimientos esenciales de la bondad.
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3.- Luego señores, los militares cometían sus delitos y era la United Fruit Company quien pagaba las hipócritas reparaciones a los delitos de los oficiales. Qué rara convivencia, qué hilo secreto que une en todos los aspectos de esta tragedia a la explotadora compañía y a los militares que actuaban.
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4.- He ahí las actitudes gallardas de los militares que le merecen elogio al presidente de la República. He ahí que no era la defensa de la sociedad; que la turba militar se convirtió, no sólo en falange de violadores de la propiedad, de violadores de la vida, de violadores de la honra, sino también en violadores de aquel capítulo del derecho penal, que castiga los delitos contra el pudor.
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5.- Ved aquí en lo que se convertía el dinero sacado por impuestos públicos a aquella dolorida gente. Cuánta iniquidad, cuánto delito. De manera, señores, que mientras todo era hambre y dolencia para aquella multitud, los militares de la zona bananera tomaban los dineros públicos para gastarlos en las orgías brutales de las cuales ya tenemos noticias; de manera que era para bailes en Santa Marta, que ultrajaban el luto y el dolor de aquel pueblo; de manera que los impuestos públicos eran para pagar los licores pedidos a la United Fruit; de manera que esos dineros iban a pagar la ¡orgía del automóvil! Todo esto enseña un cuadro de depravación moral, de atentado al tesoro público sin precedentes. En aquellas copas de champaña, burbujeaba la sangre y las lágrimas de aquel pueblo. Este fue el proceder de los militares.
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6.- Voy a demostraros ahora las peregrinaciones trágicas que los hombres del ejército hacían en los ferrocarriles a todo lo largo de la línea, matando desde los vagones a toda la gente que encontraban, así fuera ella pacífica. No había respeto por nadie. No se trataba de multitudes en armas; se trataba de gentes inermes que iban por sus caminos al trabajo o que salían de sus casas en actitud absolutamente pacífica. Las ametralladoras nada respetaban. "¡Fuego!" era la orden para todo ser viviente. Era una cruel persecución injustificada y criminal.
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7.- No existiera hoy la serenidad que he venido trayendo en estos debates, tenéis que permitirme que use en este día de toda mi insolencia delante de vosotros. Péseles a los cananeos que no quieren creer que el Congreso debe tener participación rotunda en este grave problema, los cargos que aquí he de comprobar esta tarde son de una gravedad muy superior a todos los anteriores. A mí no me importa que cobardemente, oblicuamente se esté conspirando contra la labor que yo me he impuesto.
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8.-Hay un contraste profundo entre los hombres de la política y la gran masa ciudadana. No penséis que vosotros representáis aquí los ideales de los partidos en Colombia. Esos partidos están por encima de los cananeos que fingen dirigirlos. Hay una juventud conservadora, hay una juventud liberal, hay una juventud socialista que miran con asco y con desprecio el triquiñuelismo actual. En realidad una unión sagrada, aglutina a las masas de uno y otro partido en un gran deseo de reacción contra lo presente. Porque esas masas aún son honradas. En Colombia sucede un fenómeno curioso. Como pueblo Colombia es uno de los países de más bella euritmia espiritual; los hombres todos sienten aquí colectivamente sus deberes, los postulados de la honradez; pero desgraciadamente hay hombres capaces de todas las claudicaciones; de las actitudes individuales hay derecho para avergonzarnos.
Preguntad cuáles son los principales áulicos de Juan Vicente Gómez y encontraréis que son colombianos. Id a averiguar cuáles son los principales periodistas que sostienen la dictadura del señor Leguía y encontraréis que también son colombianos. Hay una raza honrada, maravillosamente digna a quien políticos sin conciencia pretenden dirigirla. Y bien, sabed que esa masa conservadora, liberal y socialista os rechaza, políticos de corrillo, pequeños hombres sin ideales. Esa masa no quiere más a sus hombres o mejor, a la orientación costosa, enana y exigua que pretenden imprimirle, porque ya sabe de sobra que no son sino traidores de sus grandes ideales.
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9.- Pero esto nada ha de importarles a los señores que no quieren perder el tiempo en estos debates. Qué puede importarles a ellos ni al país; que la justicia penal en Colombia no se administre conforme los dictados de la ciencia y de la equidad, sino que sea aplicada por el cohecho del oro americano. Qué puede importarles a ellos el que en Colombia haya hombres que vayan por 20 y más años al presidio a virtud de los testigos falsos enviados por la compañía frutera que todo lo ha corrompido en aquel departamento, menos al valeroso pueblo y algunas unidades destacadas, a cuya limpieza, a cuya honorabilidad el gobierno de Colombia corresponde con la ametralladora homicida. ,
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10.- Si graves fueron las revelaciones hechas ayer aquí en este recinto, mucho más graves serán las que hoy se hagan; porque ya no se tratará, no solamente de la actuación de los militares sino de la responsabilidad directa del gobierno en esta tragedia. Tendremos que comprobar aquí que el señor ex-ministro doctor Ignacio Rengifo, para pedir la declaratoria del estado de sitio y fundamentarla, no se dirigía al gobernador del departamento, no se dirigía a los 32.000 colombianos interesados en el problema, sino que se dirigía al enemigo de los colombianos, a quien los extorsionaba, al gerente de la United Fruit Co. Y esto a pesar de que él había recibido telegramas del gerente de dicha compañía, en los cuales, como lo demostraré con documentos oficiales, se falseaba la verdad para pintar una situación que no existía y resolver el grave problema de los salarios por medio de las balas del ejército colombiano.
Los financistas, los petroleros, los comerciantes, pensarán de muy distinta manera. Ellos dirán que lo importante aquí es buscar nuevos dineros, traer nuevos recursos. Pero el país piensa de muy distinto modo. Los hombres de trabajo de uno y otro partido que han visto cómo se han esfumado cuatrocientos millones de pesos de los cuales sólo tenemos como resultado el enriquecimiento doloso de cuatro delincuentes de levita, y el empobrecimiento y la miseria de un pueblo que trabaja, saben que lo primordial reside en una sanificación moral de toda esta podredumbre sobre la cual navegamos. Saben que lo principal es la sanificación moral del país. Porque a este país nada él le importa que entre más dinero, que se enajene más la soberanía, ya con ese dinero y ese enajenamiento no se quiere sino repetir el mismo cuadro de vergüenza que acabamos de denunciar. Mientras no haya manos puras, que no llegue a este país más dineros, el cual significa, en vez de la redención de la masa ciudadana, su mayor miseria.
Y no vayáis a decirme como afirmaba un periódico conservador de la mañana, que se puede aquí tratar de un ataque al Partido Conservador y que era necesario rodear al gobierno para defender la hegemonía de ese partido. Estaríais equivocados de medio a medio. Porque desgraciadamente no es el Partido Conservador el que hoy gobierna. Es un gobierno de casta lejos de todo ideal y de toda grandeza! El país le ha vuelto la espalda, así los conservadores como los liberales. Andad por las calles, hablad con los conservadores, pero no con los aspirantes a las casillas del presupuesto, no con los conservadores traficantes sino con la gente de independencia y de dignidad personal. Todos tienen a flor de labio la crítica amarga y justa. Que la casta siga en sus posiciones; pero que no ignoren como vosotros no podéis ignorarlo, que la juventud de todos los partidos, los hombres no contaminados, se sienten cruzados de un extraño anhelo, deseo profundo de reacción, fuera de los rótulos pequeños; en el país se palpa y se siente una situación anómala que en vez de ser motivo de crítica es razón de entusiasmo. Que siga la trágica comedia; que ella exagere los acontecimientos. Que siga vertiendo culpas en la copa para que ella rebose. No es hora de desconsolarse. La entraña ciudadana palpita, no para rodear la casta sino para destruirla porque afortunadamente yo siento claramente el galope de la revolución.
Cuando ayer un distinguido miembro de la mayoría conservadora se acercó a mí para felicitarme, y preguntarme cuál era la fórmula que yo iba a presentar para la acusación de los culpables, me permití contestarle que ninguna. Y en realidad nada os pediré. Yo no creo en las tales comisiones de investigación. Me basta que esto vaya a la conciencia pública; a las masas estudiantiles y obreras, en cuya vitalidad yo confío. Ya tenemos ejemplo del resultado de las comisiones de investigación cuando se hacen cargos. Un representante de la mayoría no hace dos días hizo aquí graves cargos contra el ex-ministro Rengifo y él acaba de recibir el premio de esa acusación. Se le acaba de nombrar ministro en Londres. Así se va burlando poco a poco el gran movimiento de junio; ayer se llamó a Cortés Vargas y hoy se llama al señor Rengifo. Las dos personas quien el puntapié estudiantil había arrojado al asfalto. Si aquí se empeñara una acusación por esto, no sé yo los premios que podrían darse a los acusados. Vosotros habéis oído aquí el sistema de prostitución, de bacanal, de juerga permanente establecido en el ejército. Pero eso no era sino un resultado, un producto y un sistema que podríamos apellidar el rengifismo. La noción del decoro, de la rectitud y la austeridad a que están obligados ciertos funcionarios cuando ocupan determinados cargos había sido exiliada por incómoda.
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11.- Para una huelga pacífica, como yo voy a demostrarlo, se empleó toda la crueldad inútil y el crimen sin nombre. Desde que el señor Rengifo dejó de ser ministro, se terminó el comunismo; porque su empresario había muerto. No es que yo niegue que una grande agitación de justicia social recorre de uno a otro extremo del país para todos los espíritus. Ella existe, pero no como fruto de comunismo, sino como razón vital de un pueblo que quiere defenderse contra la casta de los políticos inescrupulosos. Y en esa reacción estaremos todos. Ella se está cuajando y yo auguro que llegará muy pronto para salvación nuestra.
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12.- Aquí está el telegrama que el señor Rengifo le dirigió el 3 de diciembre al gerente de la United Fruit Co. Oíd en qué términos un ministro de Colombia, para resolver un problema en el cual estaban interesados 32.000 colombianos,.se dirige al gerente de una compañía extranjera que es la explotadora del trabajo y el esfuerzo de esos colombianos: "Extraordinario. Orden Público. —Bogotá, diciembre 3— Gerente United Fruit Co. Santa Marta. Noticias telegráficas en este despacho de jefes militares de Barranquilla y Ciénaga revelan claramente que situación zona bananera es muy delicada y puede agravarse mucho más, lo que tiene bastante preocupado, no obstante que ministerio a mi cargo ha hecho hasta ahora y continuará haciendo, lo que le incumbe, conforme facultades y atribuciones correspondientes a su ramo.
"A fin conferenciar de nuevo con excelentísimo presidente y ministros gobierno, industrias, acerca medidas convenga tomar para restablecer normalidad sobre bases de estricta justicia y legalidad, agradecería a usted se sirva enviarme cuanto antes, si posible inmediatamente, por telegrama extraordinario o por inalámbrico, una información imparcial, exacta y detallada sobre situación actual huelga. Atento servidor, Ignacio Rengifo B."
Así proceden las autoridades colombianas cuando se trata en este país de la lucha entre la ambición desmedida de los extranjeros y de la equidad de los reclamos de los colombianos. El gobierno colombiano cierra sus oídos ante los hijos de su tierra; pero pide respetuosamente los informes de los americanos. Esto se llama respetar la dignidad del país.
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13.- La United no quería arreglar con sus obreros por las razones que luego veremos. La United pasaba aquí telegramas inexactos, fomentaba los disturbios, insultaba al gobernador para hacerle creer al gobierno de Bogotá que había una situación gravísima, a fin de que los obreros fueran abaleados. Se trataba de resolver un problema de salarios por medio de la bala de las ametralladoras del gobierno.
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14.- De manera que sacamos de aquí en consecuencia la trama inicua y cobarde de esta gente. El señor gobernador del Magdalena nos demuestra en sus telegramas y lo mismo el alcalde Cifuentes, que el señor Cortés Vargas había acuartelado su gente y que no quería prestar el menor auxilio para despejar la estación; pero sabemos, por otra parte, que al mismo tiempo Cortés Vargas le recomendaba a un agente de la United, como el señor Páramo, que comunicara alarmantes noticias de peligros que no existían, y tan es así, que el mismo gobernador se extraña que Páramo le llevara tales noticias por recomendación de Cortés Vargas. Era que Cortés Vargas premeditaba, como lo demostraré, asesinar a la gente que estaba dormida en los carros del ferrocarril; necesitaba pintar ante Bogotá una situación tan grave, que le permitiera explicar su premeditado asesinato. Ni más ni menos que la misma actitud que se observa en los telegramas de la United. Es decir, de la compañía extranjera que buscaba también el estado de sitio y que ya había estado en connivencia con Cortés Vargas.
Tan premeditado fue este monstruoso delito, que a los obreros se les hizo maliciosamente concentrar en la ciudad de Ciénaga, en la tarde del 5 de diciembre diciéndoles que era para recibir al gobernador, pues se iba en aquella ciudad a firmar el pacto con la United, que había acepta¬do algunos puntos.
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15.- Aparece bien claro que los obreros sí quisieron transigir y fue la compañía la que negóse. La compañía quería seguir explotando a los obreros, a quienes tiene en la mi¬seria. No quería entrar en transacciones y por eso pedía el estado de sitio, lo mismo que el señor Cortés Vargas, para solucionar por la bala un problema económico, y defender su miserable codicia. Naturalmente no hay que pensar que el gobierno ejerció ninguna presión para que se reconociera la justicia de los obreros. Estos eran colombianos y la compañía era americana y dolorosamente lo sabemos que en este país el gobierno tiene, para los colombianos la metralla homicida y una temblorosa rodilla en tierra ante el oro americano.
¿Qué se hizo pues aquella noche? El señor Cortés Vargas, con los agentes de la United, sus amigos, se encerró en el cuartel a emborracharse. El doctor Turbay sabe que un miembro del ejército, que estaba aquella noche en el cuartel, ante él, ante un distinguido diplomático y ante mí confesó incidentalmente que Cortés Vargas se había presentado borracho y les había dicho que las ametralladoras las manejarían los oficiales y que sí los soldados no disparaban los matarían. Pero hay aquí un hecho importantísimo que demuestra la premeditación cobarde de este asesinato. El señor Cortés dice en su informe que el telegrama sobre turbación del orden público llegó a las 11 y media de la noche. Eso es falso y aquí está la prueba oficial de la oficina telegráfica de Ciénaga, en donde consta que el telegrama llegó a las 8 de la noche.
Luego este hombre, borracho en el cuartel, estuvo esperando en el cuartel hasta la una y media de la madrugada del día seis a que los obreros estuvieran dormidos. Entonces este individuo atraviesa la mitad de la ciudad. Va desde los cuarteles hasta la estación. Es pues mentiroso que hubiera ningún peligro para el cuartel como en un principio quiso decirlo. Aquí está el plano de Ciénaga que demuestra la distancia que hay de la estación al cuartel. Llega allí, encuentra dormida a aquella multitud, absolutamente pacífica, que a la lectura del decreto sólo obtuvo un grito de ¡Viva Colombia! ¡Viva el Ejército! Están aquí los mismos telegramas de Cortés Vargas que prueban que la multitud no tuvo ninguna agresión sino que permaneció impasible. Cortés Vargas ha dicho que la multitud no creía que el ejército disparara. Y es la verdad. No creía porque este hombre felón, en el día anterior, conforme a esta prueba que tengo aquí, había jurado a los obreros en nombre de la patria que mientras estuviera allí no se dispararía sobre la multitud. Pero llega en aquella noche con el ejército; ante una multitud dormida lee el célebre decreto. Los pocos que están despiertos, lanzan su grito de Viva Colombia, y este hombre inmisericorde y cruel, para aquel grito tiene una contestación: ¡Fuego! Empiezan a disparar las ametralladoras, después los fusiles, cinco minutos, la tragedia está consumada. Muchas vidas. Cientos de vidas caen bajo la metralla asesina. La orden la había dado un hombre ebrio. Pero no basta eso. No se conforma con haber asesinado inocentes. Ordena la persecución bayoneta calada sobre la multitud vencida, sobre los seres que en el suelo lanzan los ayes y allí vienen cuadros de horror increíbles.
Los heridos son rematados con la bayoneta. Ni el llanto, ni la imploración, ni el correr de la sangre conmueven a estas hienas humanas. Bayoneta para los moribundos: Despiadado horror. No sé porqué la Divina Providencia no abrió la tierra bajo las plantas de estos monstruos para tragárselos vivos.
Los muertos son luego transportados en camiones para arrojarlos al mar y otros son enterrados en fosas previamente abiertas. Pero .digo mal, se entierra no sólo a los muertos, se entierra también a los vivos que estaban heridos. No basta su imploración para que no se les entierre vivos. Estos monstruos ebrios de sangre, estos fugados de la selva no tienen compasión; para ellos la humanidad no existe. Existe sólo la necesidad de complacer el oro americano.
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16.- Aquí la tragedia, provocada por la United, con la complicidad de militares inescrupulosos y de un gobierno incapaz de comprender las nociones del deber. El Magdalena es un departamento en el cual todo lo ha arrebatado la United. No son sólo los obreros. Son también los comerciantes; son los productores de banano, los esclavos económicos de aquella compañía. Con la memoria del ministro de industrias demostraré que aquella compañía da dinero a los empleados nacionales y de allí mismo se desprende que las aguas están controladas por la United. Hay un caso tan importante como es el del proyecto de contrato entre el general Diógenes Reyes y la compañía, que el consejo de ministros improbó por ser lesivo a la soberanía nacional. Sin embargo que ese con¬trato se negó, las estipulaciones allí consagradas, sin ley ninguna, porque la ley de Colombia en el Magdalena no existe, se está llevando a cabo; la compañía usa de las aguas del río Fundación. Hoy trae un dique hasta Santa Ana que tiene como fin inundar todas las fincas de los colombianos.-El ferrocarril lo tiene controlado y se valen de todos los recursos para impedir la competencia. A los obreros se les tiene viviendo en verdaderas pocilgas. No hay hospital, no hay seguros, no hay nada. Los jornales que ganan son infelices como lo vamos a ver. Aquella prostituida compañía ha corrompido conciencias, compra autoridades, a tal punto que ojalá no sea una predicción certera, pero yo temo que el Magdalena, a pesar del patriotismo de su pueblo, generoso e inteligente si los hay en la República, corra la misma suerte de Panamá. Los productores nacionales se dirigen al gobierno central, pero no obtienen ninguna resolución. Ah, es que, repito, el gobierno de Colombia tiene ametralladora para los hijos de la patria y la rodilla en el suelo para el oro yanqui.
Toda esta tragedia no tenía sino un fin. Los obreros debían quedar esclavizados económicamente en nombre del gobierno. Y el gobierno los esclavizó por medio de esta escritura que voy a leer, firmada en Ciénaga en 29 de diciembre de 1928, ante la notaría segunda del circuito y en donde se fijan los salarios que los obreros tendrán. (El orador lee la escritura que causa gran sensación en el público y conforme a la cual Cortés Vargas, en nombre del gobierno de Colombia y debidamente autorizado por él, señala los jornales que los obreros deberán ganar en adelante, jornales que el orador demuestra son inferiores a los que ganaban antes de la huelga y de los cuales los de más alto precio alcanzan apenas a $2.diarios y de los de menor precio a $1.20).
En la misma escritura Cortés Vargas hace el elogio de la compañía por la manera correcta como la United cumple las leyes sobre seguro colectivo, indemnización por accidentes de trabajo y descanso dominical. (Lo cual, agrega el orador, es una farsa, pues ya se han leído las peticiones de los obreros que eran precisamente tendientes a lograr estos fines). Todo este crimen y toda esta sangre, no tenía otro fin que esta escritura. Así el gobierno de Colombia ha sometido a los obreros a la imposibilidad de reclamar derechos, porque Cortés Vargas en nombre del mismo gobierno declara que sí se concede descanso dominical, el seguro, etc., y fija jornales inferiores a los que tenían antes de la huelga. El propósito de la United estaba cumplido. Toda la farsa está explicada. La compañía no quería elevar los salarios ni cumplir los demás requisitos de la ley. Por eso no entró en arreglos. Se necesitaba la declaratoria del estado de sitio; matar a los colombianos y ya turbado el orden público, el gobierno de Colombia haría este contrato con la United para que los obreros después no pudieran reclamarle a la compañía americana. He ahí la manera como el gobierno defiende la soberanía y defiende a sus ciudadanos: No importa que una escritura semejante cueste mil y más muertos, mil y más crímenes. Lo importante era que la compañía quedara complacida. El suelo de Colombia fue teñido de sangre para complacer las arcas ambiciosas del oro americano. Desgraciada patria aquella cuyos destinos están regidos por gente de tal índole.
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17.- Ya os he dicho que nada voy a pediros. Hablo en nombre de 32.000 víctimas. Mi labor está cumplida. El fuego de mi juventud se ha puesto al servicio de la justicia. Este crimen no quedó en la sombra, y yo estoy tranquilo.
Yo no creo en la justicia, mientras exista un régimen como éste que nos avergüenza. No es en demanda de castigo que he acudido. Tenía el único empeño de que la nación conociera la página más bochornosa de su historia. Está conocida. Y no se perderá esta labor. Todo esto llegará a los últimos rincones de mi patria y yo confío en la multitud. Hoy, mañana o pasado, esa multitud que sufre el suplicio, que lo sufre en silencio, sabrá desperezarse y para ese día, oh bellacos, será el crujir de dientes. Los jóvenes, quienes aún no hemos sido contaminados por la corrupción ambiente; para nuestras vidas que no navegan sobre el mar de pústula por donde corren las senectas vidas de los hombres que traicionan la dignidad de Colombia, iremos un día, ebrios de santo fervor, ávidos de una justicia reparadora, hombro a hombro, conservado¬res honrados y jóvenes, liberales y socialistas, de uno a otro extremo del suelo nuestro como una tea purificadera, en nombre de la verdad y contra el dominio de los pequeños hombres que hoy dominan. Quiero terminar parodiando la frase de San Víctor que la aplicaba a César Borgia. ¡Si la historia tuviera un infierno, estos hombres encontrarían allí un sitio especial y preciso!

Tomado con fines educativos de:
GAITÁN, Jorge Eliécer. ESCRITOS POLÍTICOS. Bogotá : Áncora, 1985. 183 P.

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